En 9,5% aumentó la cantidad de micronegocios durante el segundo trimestre de 2021, esto en comparación con el mismo periodo del año 2020, según cifras del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (Dane). Los micronegocios son empresas en las que trabajan un máximo de nueve personas, principalmente son nuevas organizaciones a las que también se pueden llamar emprendimientos.
En este mismo rango de tiempo, el personal ocupado por estas unidades económicas aumentó 8,5% y las ventas o ingresos crecieron 57,5%. Las cifras demuestran un crecimiento económico referente al nacimiento de emprendimientos, un noticia esperanzadora, incluso después de la recesión por las cuarentenas estrictas por la pandemia de la covid-19.
La llegada de los migrantes y refugiados venezolanos al país no es ajena a este crecimiento económico, ya que debido a los flujos migratorios cada vez hay más personas que buscan formas innovadoras para construir sus negocios y comenzar sus propias empresas.
Un águila renació en Bogotá
El estudio fotográfico Águila Studio es uno de estos emprendimientos que venezolanos que nacieron en Bogotá, luego de que la situación política y económica de Venezuela no permitiera a sus ciudadanos continuar con los negocios, ya fuera por escasez de materias primas, por reducción en las ventas, por altos costos de vida, entre otros.
En diciembre de 2019, después de un proceso “dolor”, como lo describe el director de este estudio, Luis Guevara, similar al que pasarían algunas águilas en cierta etapa de sus vidas; nació el nuevo sueño de Guevara,la productora que le daría vida a sus proyectos de ficción en Colombia.
Para este hombre, tener que cerrar su empresa “Halcón Studio” en Venezuela, tomar sus maletas y migrar a Bogotá, fue un proceso que,así como le provocó sufrimiento, también le dio la esperanza de un renacer y, además le abrió puertas para relacionarse con otras productoras en el sur del continente, con las que espera poder colaborar en muchos proyectos.
Águila Studio surgió con el fin de producir contenido audiovisual para cualquier tipo de cliente, pero en el que se incluyan personas con escasos recursos y se les dé una oportunidad a personas con capacidades limitadas, ya que según Guevara, muchas empresas grandes no permiten que otros con bajos recursos puedan demostrar sus talentos o excluyen a personas que tienen alguna limitación física.
Este estudio fotográfico alcanzó tres nominaciones de los cuatro proyectos que presentaron en los SmartFilm de 2020, el festival de cine hecho con celulares, dos de ellos con la participación de personas con capacidades limitadas. En la actualidad están grabando en Caquetá un largometraje llamado Operación Rescate, en el que también incluirán algunas escenas que rodarán en Argentina, con el apoyo de otra productora emergente.
Tienen listo un cortometraje para postularlo a los Premios Óscar del 2022, con la esperanza de lanzarse a un escenario internacional, y en sus proyectos está continuar haciendo alianzas con otras productoras de la región y seguir desarrollando guiones innovadores que cautivan a su público.
Conseguir vivienda para arrendar se ha convertido en un suplicio para los migrantes venezolanos en Colombia. Manuela Mendoza, quien a duras penas encontró dónde radicarse en Suba, en el norte de Bogotá, ha tenido que sortear varios obstáculos. Ella es una madre de 23 años que tiene una bebé y dos niños que no pasan los diez años.
En varias ocasiones no le han arrendado por el solo hecho de ser venezolana y porque tiene niños. Además le exigen tener un historial crediticio en el país y un fiador ‘Finca Raíz’, es decir,un deudor secundario que soportará el pago de las obligaciones del deudor principal; esto en el caso de que ella incumpla con los pagos descritos en el contrato de arrendamiento.
A muchas familias venezolanas les ha tocado cambiar constantemente de residencia porque no encuentran un lugar donde vivir tras haber pasado por un trayecto migratorio difícil desde el vecino país.
“Estoy buscando un nuevo hogar porque tengo al frente un bar que abre todos los días. No podemos descansar por tanto ruido, peronadie nos quiere arrendar una habitación porque tengo niños”, denuncia la migrante Manuela Mendoza, quien al verse a punto de quedar en la calle ha pensado en devolverse a Venezuela, donde corre el riesgo de volver a sufrir las graves secuelas de la crisis humanitaria de la que huyó en diciembre de 2020.
Fabiola Solorza es otra venezolana que vive desde hace 13 años en Colombia y lleva seis años trabajado en el sector inmobiliario. Según su experiencia, son múltiples las trabas que encuentra esta población al momento de arrendar. “He visto cómo a venezolanos les arriendan las habitaciones, pero luego, si llega alguien y les ofrece más dinero lo sacan sin respetarle sus derechos de arrendatarios y como no tienen documentación colombiana no se atreven a recurrir a las autoridades para denunciar”, explica.
Dice esta asesora de bienes raíces que, incluso, tuvo que hospedar momentáneamente a una familia migrante luego de que los sacaran injustamente de donde vivían. “A pesar de que habían pagado el mes completo, los sacaron a mitad de mes, porque a la dueña del lugar le llegó una mejor oferta», recuerda con indignación.Los retos de los migrantes venezolanos para arrendar una vivienda en el país
Kimberlin Riveros tiene 32 años, nació en San Cristóbal, estado Táchira (Venezuela). Se crió con su papá y su mamá, y se inició en el deporte a los dos años practicando ballet y gimnasia.
Siempre ha sido dedicada y talentosa, entre el colegio y sus entrenamientos deportivos que le tomaban la mayoría del tiempo. Su mamá es su fan número uno.
Disfrutaba su vida deportiva hasta que una lesión a los 10 años le impidió continuar sus prácticas de gimnasia. La desilusión fue muy grande pero hubo un rayo de luz que la alumbró en el camino. Por una recomendación, llegó con su mamá al Parque Metropolitano de San Cristóbal, y Kimberlin se encontró con lo que se convirtió en su gran pasión: la natación artística.
En ese momento, la Selección Venezuela de Nado Sincronizado estaba compuesta, en su mayoría, por deportistas tachirenses. Ella observó atentamente a los deportistas élite, detallaba lo que hacían en el agua, las piruetas, escuchó la música y quedó enamorada de inmediato.
“Yo me emocioné un montón cuando llegué, me sentí increíble y me emocionaba esa disciplina a pesar de que en ese momento yo no sabía nadar y empecé natación artística a los 11 años hasta hoy”, dice Kimberlin recordando ese momento.
Solo cuatro años después ya se había ganado la confianza de su entrenadora no solo por su talento deportivo sino porque demostraba ser una líder al ayudar siempre a sus compañeras. A los 15 años fue elegida como monitora de un semillero, cosa que representó un ingreso económico mientras hacía lo que más le gustaba.
Al salir del colegio empezó su carrera de educación física, recreación y deporte en la Universidad Pedagógica Exprimental Libertador (UPEL) y, simultáneamente, enfermería. Pero le costó mucho dividir su tiempo entre los exigentes entrenamientos y sus dos carreras. Luego de cuestionarse qué quería hacer en realidad y para qué carrera le alcanzaba su tiempo, finalizó la carrera de enfermería y se dedicó a ejercerla. Conoció al que es hoy su esposo, y una dura prueba les llegó, como a la mayoría de los venezolanos que padecen la crisis económica y social de su país.
No les alcanzaba el sueldo de los dos para vivir en su amada Venezuela, Kimberlin trabajaba en un hospital pero nunca logró un cargo fijo, según ella, porque los cargos se daban por afinidad política. Así que se decepcionó.
“Era terrible estar trabajando 18 horas y las únicas seis horas que podíamos descansar era para hacer colas (filas) para comprar las cosas, eso iba de mal en peor y yo no veía una salida allá”, lamenta.
Ella misma tomó la iniciativa de emigrar a Cúcuta y llegar a casa de unos familiares de su esposo. Eso ocurrió en el año 2016
Lo que ella esperaba que fuera una oportunidad, los primeros meses se convirtió en una auténtica lección de valentía y fortaleza. “Cúcuta es un lugar muy difícil. No hay muchas oportunidades de empleo. No hay muchas empresas. Me costó mucho acostumbrarme”, recuerda.
Kimberlin fue fuerte en los primeros años como migrante en Colombia. Se enfrentó a la xenofobia en esta ciudad fronteriza. La llamaron ‘veneca’ de una manera despectiva.
Trabajó como manicurista en una peluquería pero su esposo la motivó a que se dedicara a lo que en realidad le gustaba. Él recordaba que ella siempre veía competencias de nado sincronizado y le dijo: “Tú vas a ser la próxima entrenadora de la Selección Norte de Santander de nado sincronizado”, a lo que ella respondió con risas porque creía que en esa ciudad ya había varios clubes y selección.
“Kimberlin tiene mucha pasión por la natación artística, además tiene las cualidades y experiencias deportivas que se necesitan para ser entrenador. Tiene esa fuerza y ese temple que te empujan hacia adelante y sacan lo mejor de alguien”, asegura Rubén Ojeda, su esposo, quien nunca dudó que lograría aportar al país que la acogió con su talento en la natación.
La motivación de su esposo y su amor por esta disciplina la llevaron a contemplarse la posibilidad de aplicar para ser entrenadora. Empezó a investigar y se llevó una gran sorpresa; la Liga de Natación de Norte de Santander no incluía esta práctica.“A mí me brillaron los ojos y pensé: bueno, aquí no había entrenadora porque ya llegué yo”, recuerda con humor. Se presentó a las instalaciones de la Liga de Natación de Norte de Santander para consultar información y no fue recibida con mucha confianza.
En vista de su perfil profesional y todo el trabajo que había realizado en Venezuela logró convencer a las directivas y empezó a crear el primer club de natación artística en la ciudad de Los Motilones.
Haciéndose paso entre los hombres que hacen parte de esta liga y que no la veían con muy buenos ojos, dio inicio a Sincronorte después de un sin fin de papeleos en el Instituto Municipal para la Recreación y el Deporte, de Cúcuta, para tener el reconocimiento deportivo. Luego, este club empezó a hacer parte de la Liga de Natación de Norte de Santander.
Inicialmente, 10 niñas empezaron su formación, y a los seis meses de empezar a trabajar, fueron al primer campeonato del club en Cali y, para sorpresa de muchos, ocuparon el tercer lugar a nivel nacional. Ahora asisten a todas las competencias oficiales de la Federación Colombiana de Natación, y en todas ellas han obtenido medallas.
La Liga de Natación de Norte de Santander se ha posicionado en la modalidad de nado sincronizado. Un club formado hace cinco años por Kimberlin ya está siendo reconocido a nivel nacional. Ahora la miran diferente, la toman más en cuenta, ya saben que esta migrante venezolana está aportando todo su conocimiento y sigue trabajando para que Colombia resalte en esta disciplina.
José Ramírez lleva 14 años en Colombia enseñando música y cantando la gaita zuliana. Pasó de ser mesero a dar clases en la universidad de Cundinamarca y ahora trabaja afinando instrumentos para el cantante Carlos Vives.
En diciembre del año 2007, el venezolano José Ramírez tuvo un punto de quiebre en su vida. Lo agobió la escasez de alimentos en la ciudad de Maracaibo, Venezuela, donde nació y vivió por más de 40 años. Se cansó de hacer eternas filas para llegar a la vitrina y no encontrar ni siquiera huevos.
Así decidió emprender la huida, dejar su carrera como profesor de música y comenzó de nuevo en Colombia. Cruzó la frontera de Norte de Santander junto con sus hijos y su esposa, quien es colombo venezolana. Por unas semanas visitaron a los abuelos que vivían en Cúcuta y luego se radicaron en la fría ciudad de Bogotá.
Ramírez era el director de una agrupación musical y dirigía el coro del Banco Central de Venezuela, en Maracaibo. También estaba vinculado con el Ministerio de Educación trabajando como docente en un colegio arquidiocesano, al tiempo que enseñaba música a particulares y tenía otro grupo musical. Sin embargo, al llegar a Bogotá no lo quedó más opción que trabajar en un restaurante vendiendo pollos a la broaster en el turno de la noche, por lo que se quedaba a dormir en las mesas hasta que amaneciera y volviera a operar el transporte público.
¿Quién podría imaginarse que fue justamente por este restaurante que este migrante venezolano llegó a trabajar en la universidad de Cundinamarca? Ramírez llevaba un instrumento musical al trabajo, cuando no habían clientes se ponía a cantar y a tocar el cuatro de madera que cuidaba con recelo.
Un día una persona se le acercó y lo felicitó por lo bien que sonaba, enseguida le pidió más canciones, fue entonces cuando José contó que era licenciado en música, que tenía posgrados y que su instrumento principal era el piano. Resultó que en medio de los clientes estaba el rector de esta universidad, y en un par de días Ramírez ya estaba firmando el contrato y regresando a dar clases de música en la academia.
“Yo estoy agradecido con papá Dios, ese es el que permite que se den las cosas», cuenta Ramírez con una sonrisa en su rostro y continúa recordando cómo llegó a su trabajo actual con el reconocido cantautor Carlos Vives.
Además de dar clases en la universidad de Cundinamarca, Ramírez ha trabajado con la compañía de seguros Positiva, y con la empresa Fisulab, que atiende a niños con labio y paladar hendido. En esta última compañía formó una coral con los niños, y hasta grabaron un CD con algunas canciones.
La oportunidad de trabajar con el ganador de dos premios Grammy y 14 premios Grammy Latinos le surgió a José Ramírez mientras él se desempeñaba como afinador y restaurador de pianos en Ortizo, una empresa de venta de instrumentos musicales en la capital colombiana. Allí, unos clientes llegaron al lugar en busca de alguien que pudiera afinar un piano por lo que delegaron a Ramírez. Fue su sorpresa llegar y darse cuenta de que el lugar lo frecuentaban personajes famosos de televisión. Este venezolano comenzó a ser el encargado de mantener los instrumentos para FoxTeleColombia y formar a los actores en principios básicos para tocar frente a las cámaras; trabajo que vio y valoró de primera mano el cantante Carlos Vives, quien lo invitó a su café y le pidió que le reparara su piano.
Aparte de su labor técnica y académica, Ramírez creó la agrupación Gaitas Entrepanas, junto con Jorge Díaz y Nelson Almarza, una iniciativa que nació por esa necesidad que guarda todo músico venezolano en su corazón de interpretar las melodías que tanto anhela de su tierra. Antes que llegara la pandemia por la covid-19, tocaron en muchos sectores de Bogotá, estuvieron presentes en multitudinarios eventos interpretando la tradicional gaita zuliana, un género de música típico de Venezuela, que incluso, fue declarado como bien patrimonial de interés cultural y artístico del vecino país.
Por ser un ritmo tradicional caló en el gusto de las comunidades de acogida. Las presentaciones de Gaitas Entre Panas unieron a colombianos y venezolanos, incluso, les abrieron un espacio en la basílica de Chiquinquirá, en Boyacá. Al son de tamboras, el cuatro, maracas y charrascas tocaron: “Virgen de Chiquinquirá, patrona de los zulianos, por ser vos la soberana, nuestras vidas ampará, y nuestras almas llevá, por el sendero cristiano…”, en conjunto con el cantante ícono de gaita Ricardo Cepeda, en la Galería Café Libro en el Parque de la 93, en noviembre del año 2014.
“Pero ya todo eso es del pasado, porque los sitios cerraron, los dueños cambiaron de razón social y ya no solo son restaurantes, sino también bienes raíces, otras cosas…Los espacios se han reducido, es más, yo me atrevería a decir que espacios no hay”, reflexiona Ramírez mientras cuenta que, inclusive antes de la pandemia ya se venía deteriorando este panorama; por lo que actualmente, Gaitas Entrepanas no está ensayando, solamente para eventos privados y pequeños en diferentes épocas del año.
De su última presentación con la agrupación, Ramírez recuerda la emoción de las personas, quienes anteriormente habían pedido que tocaran más que todo música bailable. “La gente se alborotó, comenzó a cantar, otros a llorar escuchando la gaita, es algo que es como un fenómeno”, rememora. Por la situación económica, muchos de los integrantes de la agrupación han ido tomando su rumbo a parte, algunos han salido del país hacia otros destinos en latinoamérica, otros piensan formar sus propios grupos, sin embargo, muchos continúan en contacto con Ramírez para seguir llevando la gaita a donde los contraten.
Sin embargo, la historia de este músico venezolano no para aquí. En diciembre del 2020 junto con su hija Paola participó en un concurso del Instituto Distrital de las Artes (Idartes) en el que ganaron dos premios, con dos canciones: la primera fue “La gaita de la arepa” y la segunda fue “Creyentes”, esta última fue presentada en el Teatro Jorge Eliecer Gaitán, en julio de 2021.
“De hecho la mecánica fue interesante, un músico colombiano tomó el tema que yo compuse y lo hizo en versión colombiana, y yo tomé el tema colombiano y lo interpreté en versión venezolana… Yo me presenté con mi hija que es violinista de la Orquesta Filarmónica de Bogotá”, explica Ramírez sobre el proceso de integración del instituto.
Su hija Paola desde pequeña convirtió la música en su forma de expresión, al igual que con el dibujo. En quinto grado tuvo su primer contacto con el violín en una orquesta que, curiosamente dirigía una exalumna de su papá. Aunque ella quería interpretar la flauta traversa, optó por comenzar con el violín para estar acompañada de una amiga.
Tiempo después, Paola entró al proyecto de formación y creación de la Filarmónica de Bogotá donde creció musicalmente al punto que fue el violín principal, aunque ahora toca la viola en esa misma agrupación. En el camino se encontró con la Banda Juvenil de Chía, en la que inició a tocar la flauta traversa y ahora, además de los anteriores, hace parte de una orquesta de colombo venezolanos donde armoniza con su violín.
“La violinista”, como le decían en el colegio, siente que lo que más le ha costado en su carrera musical ha sido encontrar el camino de aprendizaje en el violín, sin un maestro. En sus palabras, muchos de sus compañeros tenían maestros particulares, sin embargo, ella se fue puliendo con las recomendaciones que le daban en la Filarmónica; y así, logró a ser la principal de estas cuerdas.
Ahora, esta mujer al igual que su papá, mantiene una agenda muy ocupada, mientras cursa su carrera en licenciatura en música con su violín en la Universidad Pedagógica Nacional, hace parte de tres agrupaciones musicales y ya tiene sus propios alumnos a los que les enseña a tocar violín.
Esta familia lleva 14 años en Colombia cultivando y cosechando riqueza cultural, entregando a los colombianos y a los venezolanos en el país, la belleza de sus melodías tradicionales, haciendo presencia en importantes escenarios y demostrando, una vez más, que son más las cosas que nos unen, que las que nos separan.
El gobierno argentino estima que hay al menos 6.000 menores venezolanos sin la documentación necesaria para tramitar la residencia permanente en el país, y la posterior ciudadanía, lo que le da el pleno derecho a acceder al sistema sanitario y educativo.
La ley argentina le otorga ese derecho a cualquier persona, sea argentina o extranjera, que se encuentre en el territorio. Pero en la práctica, según denuncian familiares y organizaciones de migrantes, muchos hospitales o escuelas no aceptan a quienes no presenten documentos que certifiquen su residencia en la Argentina.
Gracias a la disposición 520 publicada por Migraciones en 2019, los niños venezolanos menores de 9 años pueden ingresar a la Argentina sólo con su partida de nacimiento y sin su pasaporte. Pero luego, para tramitar la residencia permanente en Argentina, cualquier niño extranjero necesita de un documento nacional de su país de origen con foto que acredite su identidad.
Ante la situación de que muchos niños venezolanos sólo tienen la posibilidad de presentar su partida de nacimiento, el Gobierno argentino entregó documentos temporales a esos menores venezolanos hasta que puedan completar su documentación necesaria para obtener la residencia permanente.
Para ello se formaron distintas mesas de diálogo entre el gobierno nacional y miembros de la sociedad civil venezolana, para encontrar en forma conjunta una solución al conflicto. En principio, con la medida anteriormente mencionada, al menos unos 5.000 niños pudieron dar el primer paso y obtener un documento temporal. Todavía necesitan uno venezolano que acredite su identidad.
Lo que sufren los niños también le pasa a los mayores. La mayoría de ellos no pudieron acceder al pasaporte venezolano al salir del país y tampoco pueden hacerlo ahora en suelo argentino, porque la embajada de Venezuela no les otorga el documento necesario para radicarse formalmente en el país.
La migración irregular en el país ha aumentado más de 2.000 %, así lo reportó Migración Colombia. A Cali también están llegando más migrantes, principalmente venezolanos.
En la sultana del Valle hay un poco más de 62.000 migrantes venezolanos y, por eso, Cali es la quinta capital de Colombia con el mayor número de extranjeros de esta nacionalidad reconocidos por Migración Colombia. Esto sin contar quienes están de manera ilegal.
“Me quiero quedar porque tengo tres niños y sé que en Venezuela no hay futuro”, dijo Marco José Suárez, quien llegó a Colombia hace 6 años porque los padres de su esposa son caleños; actualmente labora como domiciliario.
Así como Suárez se gana la vida como domiciliario, otros lo hacen vendiendo dulces, limpiando vidrios en los semáforos o cantando en los articulados del Mio. Carolina Rosendo, sueña con regresar algún día a su país, pero por ahora debe vender dulces en las calles de la sucursal del cielo.
Por su parte, los caleños tienen opiniones divididas. Algunos les preocupa la inseguridad que se da con algunos migrantes y otros dicen que el Gobierno los debe ayudar.
En Cali hacen un trabajo de restablecimiento de derechos a los migrantes y les brindan ayudas por un tiempo.
Actualmente, la Alcaldía de Cali ayuda a los migrantes: “les ayudamos con alimentación durante un tiempo de tres meses para que la persona pueda definir cómo se va a establecer, dónde y cuál será su actividad económica”, dijo María Fernanda Penilla, secretaría de Bienestar Social de Cali.
Gracias a la ruta de fortalecimiento de las organizaciones que apoya el IDEPAC, con el respaldo de ACNUR y otras instituciones se logró realizar el Festival «Panas y Parceros», con el objetivo de visibilizar a todas las ONG’s que apoyan a los venezolanos radicados en Colombia.
Ana Karina García, presidenta de nuestra fundación, agradeció a todas las instituciones que hicieron posible este evento «Creo que es una actividad maravillosa que nos permite, no solo visibilizar el trabajo que hacemos día a día sino también conocer el gran trabajo de otros».
García aseguró que la fundación Juntos se Puede continuará participando en eventos como este con la intención de apoyar a más venezolanos y fortalecer la integración entre las instituciones.
Ana Maria Almario, Subdirectora de fortalecimiento de IDEPAC, afirmó que este evento surgió gracias a la ruta del fortalecimiento de las organizaciones «Lo que queríamos era hacer un espacio para visibilización», además agradeció el apoyo de instituciones como ACNUR, FUPAC, IDEARTE y Gobierno Abierto, entre otros.
Marileen Siebert, integrante de la Corporación Alemana, una de las instituciones que nos ha dado su apoyado para sacar adelante nuestros proyectos, también participó en la actividad, se mostró satisfecha con el trabajo realizado por nuestra fundación y también con el festival «Este evento está buenísimo, no solamente para conocer a los micro empresarios (…), también toda la atención de las organizaciones internacionales».
Para nosotros eventos como este, son sumamente importantes porque tejemos redes y llegamos a más venezolanos que requieren atención y asistencia.
Desde la fundación Juntos se Puede, continuaremos participando en eventos como este porque estamos seguros que la integración es una gran oportunidad para fortalecer la atención a venezolanos, sabemos que ¡Juntos se Puede!
Estamos orgullosos de la alianza que recientemente sellamos con la organización “Centro Internacional de Educación y Desarrollo Humano” (CINDE), institución sin ánimo de lucro, fundada en Colombia durante 1977.
CINDE se encarga de apoyar a las familias en condiciones de vulnerabilidad por medio de tres áreas principales, desarrollo y proyectos sociales, investigacion y formación.
En esta oportunidad, el equipo de CINDE ejecutó en nuestra sede un programa dirigido a hombres padres de familias venezolanas, Angie Pinilla, integrante del equipo de investigación considera que este programa busca orientar a los hombres a ejercer una paternidad responsable y comprometida con los retos que todas las familias migrantes enfrentan “El programa tiene tres grandes objetivos, primero, la promoción de la paternidad responsable, segundo, mitigar la violencia intrafamiliar y tercero apoyar a las familias en la práctica de relaciones saludables.
Pinilla afirmó “Nosotros llegamos a Juntos se Puede por medio de una alianza que tiene la intención de contactar a hombres migrantes venezolanos (…) para trabajar alrededor de paternidades activas y responsables”.
Por su parte, Freddy Padrón, quién integra nuestro equipo de atención al migrante, fue uno de los encargados para que esta alianza fuera posible «En la función estamos felices de poder contar también con este programa que está concebido para capacitar principalmente a los hombres, pocos programas tienen esta orientación y es sin duda, sumamente importante tener hombres responsables con sus familias» expresó Padrón.
También, conversamos con Jonny José Camacho, uno de los participantes de esta primera de edición del programa “Yo vine a propósito de una ayuda pero cuando ingresé al programa me di cuenta que la ayuda que me están dando es mucho más importante que la que yo pedía, terapia de pareja y otras actividades solo para mí, de verdad muy bueno».
El programa de CINDE consta de 8 módulos y está diseñado para capacitar a máximo 8 padres de familia en cada sección, si estás interesado en participar mantente atento a nuestras redes sociales y podrás formar parte de nuestra siguiente promoción, recuerda que ¡Juntos se Puede!
La Embajada de Venezuela en Colombia informó que el Ministerio de Trabajo colombiano creó un programa para certificar las habilidades laborales de los migrantes venezolanos. La iniciativa lleva por nombre “Saber hacer vale” y busca la inclusión de este grupo al mercado laboral.
“Este programa estará dirigido por el Servicio Nacional de Aprendizaje (SENA)”, informó la embajada en un mensaje en Twitter. En la publicación se especificó que el programa tomará en cuenta las habilidades adquiridas por los migrantes venezolanos a lo largo de su vida, tomando como referente las normas de competencia laboral en Colombia.
Entre los propósitos del programa se pretende certificar las competencias de los migrantes y colombianos para facilitar su acceso al mercado laboral. También se quiere evaluar sus conocimientos y promover la inclusión.
De esta forma se ayudará, además, a mitigar la xenofobia y discriminación hacia los migrantes y el resto de la población vulnerable.
En la publicación se especificó que el programa es gratuito, dirigido a todos los mayores de 18 años con nacionalidad venezolana y colombiana.Anuncios
El programa tiene múltiples beneficios entre los que destacan incentivos para permanecer en él, orientación para determinar las normas de competencia y conectar a los participantes con diferentes plataformas de empleo.
Cerca de cien venezolanos represados en Necoclí están a la espera de que el gobierno nacional les permita comprar uno de los tiquetes de las lanchas que van desde este municipio del Urabá de Antioquia hacia Acandí, en el Chocó.
Los venezolanos insisten que no les permiten abordar alguna de las lanchas autorizadas y que deben regularizarse para estar en el país, pero para muchos el sueño es llegar a los Estados Unidos, por las condiciones económicas de Colombia.
“Hay una regulación donde no nos están vendiendo tiquetes a ningún venezolano, solo nos dicen que vayamos a migración para que nos quedemos aquí pero no nos dicen porqué no nos venden tiquetes”, señaló uno de los venezolanos.
Algunos de ellos han preferido trabajar como ayudantes en los negocios que venden productos a los haitianos, cubanos y africanos y así reunir 300 dólares que vale usar una de las lanchas ilegales hacia Capurganá.
“Hay varios grupos de venezolanos, debemos ser unos 100 a la espera de reunir la plata para cruzar la frontera”, señaló el extranjero.